miércoles, 6 de agosto de 2008

En Colombia no hay, ni debe haber, crímenes de conciencia



DECLARACIÓN DE APOYO A ALFREDO MOLANO

Ante la insólita demanda por injuria y calumnia que varios miembros de la familia Araújo de Valledupar han instaurado ante la Fiscalía General de la Nación contra el sociólogo, escritor y periodista Alfredo Molano, haciendo gala de una prepotencia que recuerda aquello de que en ocasiones son los pájaros los que les disparan a las escopetas, los abajo firmantes nos permitimos hacer públicas las siguientes consideraciones:

En ejercicio de la libertad de prensa que consagra la legislación colombiana, y haciendo uso del derecho inalienable que tiene todo comentarista a interpretar la realidad nacional y a expresar sus ideas al respecto, el 25 de febrero del año 2007, cuando la Corte Suprema de Justicia comenzó a desenredar el cordón umbilical que une a los caciques electorales de la Costa Atlántica con sus respectivos jefes paramilitares, Alfredo Molano publicó en El Espectador una columna de opinión titulada Araújos et al, en la que hace un somero recuento histórico de lo que ha sido desde los viejos tiempos de la Colonia el dominio económico, político y social del notablato costeño en dicha región del país.

Sintiéndose aludidos por las opiniones de un escritor público, opiniones que por el hecho de ser discutibles no dejan de ser respetables, cuatro miembros de la familia Araújo de Valledupar, parientes cercanos de varias personas que son investigadas por sus presuntos vínculos con grupos paramilitares, resolvieron recurrir a la Fiscalía General de la Nación para tratar de acallar un punto de vista diferente al suyo.
Estamos en presencia, por lo tanto, de un atropello contra la libre expresión del pensamiento crítico que debe ser condenado sin titubeos de ninguna especie por quienes creemos en la democracia y pensamos que la libertad de prensa es uno de sus fundamentos básicos. En Colombia está comenzando a hacer carrera la costumbre de tratar de intimidar mediante diligencias judiciales a todos aquellos periodistas cuyas opiniones resultan incómodas para la buena imagen que de sí mismos quieren proyectar ciertos sectores de la clase dirigente. Lo que se busca, en pocas palabras, es domesticar a la prensa, coartándole su iniciativa y su creatividad, para así poder domesticar a la opinión pública, un precedente que, de prosperar, desemboca de manera inevitable en una dictadura.

Nuestra solidaridad con Alfredo Molano, por consiguiente, es incondicional.

Bogotá, 20 de mayo de 2008.

Del jurista y columnista Ramiro Bejarano


Solidaridad con Alfredo Molano, ante la insólita andanada judicial de unos señoritos Araújo de Valledupar, que con arrogancia creen que pueden silenciar e intimidar la opinión.

Ramiro Bejarano Guzmán – El Espectador 17 Mayo 2008

Tiempo real



Por Alfredo Molano Bravo
El Espectador - 17 de Mayo de 2008

LOS ESTUDIOSOS DE LA HISTORIA DEL paramilitarismo en Colombia coinciden en asociar sus orígenes al tránsito de la violencia política de los años 50 al nacimiento de las guerrillas en los 60, en plena Guerra Fría. A EE.UU. le cabe una inmensa responsabilidad en la estrategia de armar a población civil para responder a los grupos armados rebeldes.
El gobierno de Lleras Restrepo sancionó la ley que autorizó la creación de guardias nacionales para combatir a las Farc y al Eln. El Pentágono había elaborado ya la doctrina de la “guerra de baja intensidad” para controlar el incendio que se propagaba desde Cuba y que los manuales militares ponían en práctica. En los años 80, cuando las guerrillas negociaban el tránsito hacia la lucha electoral, se asesinó a miles de partidarios de la vía legal. Por la misma época, el narcotráfico adquirió carta de ciudadanía sobre un acuerdo tácito con sectores del establecimiento: liquidar la oposición a cambio de permitir el traqueteo, inclusive con la anuencia de la CIA. El paramilitarismo se fortaleció sobre este acuerdo, que en el fondo equivalía a permitir el uso de la motosierra y, al mismo tiempo, los embarques de droga.
Viernes 8 a. m.
Esta doble moral es la que se refleja en la extradición del notablato paramilitar: narcotráfico mata crímenes atroces. Las Cortes internacionales llegarán a fin de fiesta. A la Fiscalía criolla y a las víctimas les permitirán hablar en los tribunales norteamericanos sin oírlas, porque de hacerlo, se desembocaría donde ni al Departamento de Estado ni al Gobierno de Colombia les conviene llegar: a la evidencia de una larga trayectoria de impunidad compartida entre los gobiernos de EE.UU. y de Colombia con el paramilitarismo. Los ‘macacos’ se van a EE.UU. y sus crímenes se quedarán enterrados en el país; los expedientes de la parapolítica se adelgazarán y terminarán archivados.
Viernes 11 a. m.
Los computadores de Reyes encubrirán todos los escándalos que afloran hoy. Quizás Uribe, persuadido por Fabio Echeverri, le bajará el tono internacional al escándalo para no perjudicar a los exportadores colombianos. Pero con la información, hoy avalada por la Interpol, se desencadenará una cacería de brujas infinita: son 40 millones de documentos Word, 210.000 imágenes, 610 gigabytes: un siglo de información para sacar de ahí lo que se vaya necesitando para aceitar la maquinaria militar de la Seguridad Democrática. Con el informe de Ronald Noble, Mario Uribe se eclipsó y hasta su parentesco se perdió; Yidis se perdió en los corredores del búnker; Teodolindo volvió a escabullirse; y a Luis Carlos Restrepo lo salvó la campana. Mientras tanto, a Uribe le dan el título Honoris Causa en Lima, y a Solana otro en Bogotá. Chávez grita, Correa llora, Alan García parlotea. Difícil escribir a este ritmo. Cuando se publique esta columna, la Cumbre de Lima habrá pasado y los cercos humanitarios —Dios no lo quiera— volverán a ser la noticia del día. Pero no llegarán a la mitad de la próxima semana cuando, digamos, los medios nos pongan a hablar del matrimonio de Tomás Uribe.
Viernes 1 p. m.
Más aún, no logro acabar estos 3.500 caracteres sin que ya todo lo anterior, incluido lo que está por ver, haya pasado de moda al estallar un nuevo escándalo que confirma todo lo dicho: el computador de Mancuso se esfumó en Itagüí, las tarjetas sim de los celulares de Jorge 40 se evaporaron de la cárcel de Barranquilla, el disco duro de Cuco Vanoy se derritió en Cómbita. El Inpec nada sabe; la Dijín nada dice. La Fiscalía se alza de hombros: estaba fuera de las cárceles esperando a los jefes paramilitares para ponerlos en manos de la DEA. Es difícil creer que los paras sean menos prolíficos que los guerrilleros, aunque es evidente: son más prudentes.

Revoloteo de águilas



Por Alfredo Molano

El Espectador - Abril 18 de 2008

EL MAGDALENA MEDIO ES UNA región rica, muy rica: petróleo, carbón, oro, madera, ganado y, como si fuera poco, ahora palma africana. El cuerno de la abundancia. Y el infierno: más de 2.000 ciudadanos asesinados en los últimos años. El río Magdalena, su columna vertebral, y cientos de afluentes configuran una región llena de agua que fue también de pescado.
Al río, como vía, siguieron ferrocarriles y carreteras. Hoy el Magdalena Medio, entre Honda y Magangué, está cruzado —y crucificado— por caminos de lado a lado. La explotación petrolera implicó organización sindical y al lado, las reivindicaciones campesinas y las demandas urbanas se hicieron sentir. Las vías facilitaron la colonización de campesinos expulsados por la violencia política en otras regiones. Las compañías extranjeras fueron descubriendo minas de oro y de carbón; los hacendados, tierras planas y fértiles. Los obreros y los colonos querían vivir; las compañías mineras, las petroleras y los ganaderos, enriquecerse. El Estado, siempre de parte de los segundos, dejó a la buena de Dios a los primeros. Desde el 9 de abril, hace 60 años, en la región no cesa de correr la sangre. Los gobiernos desde entonces protegen y arman a los chulavitas, los quemados, los chamizos, los pájaros, los sicarios, los paramilitares. Numerosos altos oficiales han terminado incriminados en procesos judiciales por paramilitarismo e importando terroristas internacionales como Jair Klein para entrenar asesinos y defender a los Escobar Gaviria —tan vigentes hoy—, a los Rodríguez, a los Henao y a todo ese cartel de la sangre. Lo que no pueden a las buenas, lo hacen a las malas, pero el Magdalena Medio sigue siendo de ellos, es decir, de los poderosos intereses económicos. El sur de Bolívar está hoy en la mira de los fusiles. Se alistan otra vez las motosierras. Las compañías mineras tienen ya en sus cuentas el oro de Santa Rosa y Tiquicio; las petroleras se preparan para una segunda vuelta en pozos abandonados a propósito; los ganaderos se transforman, con todas sus mañas, armas y respaldo del Gobierno, en palmicultores. Después de la matanza sistemática y calculada entre 1998 y 2004, la gente, apoyada por ideales de paz y de justicia, levantaba la cabeza. El Gobierno mira para otro lado. La Iglesia, que en la región ha regresado por sus fueros, la acompaña. Los paramilitares, que continúan tan fuertes como siempre, han vuelto a las andadas y revolotean y pican ahora con el nombre de las Águilas Negras. Los helicópteros y las avionetas de fumigación levantan también el vuelo para caer sobre los campesinos que cultivan coca, obligarlos a huir para dejar sus tierras en manos de los nuevos empresarios que cercan, drenan los humedales, siembran palma y acomodan retenes de unos y de otros en los linderos de sus enormes propiedades. El orden hay que salvarlo a toda costa, dirán unos. Otros reprochan y amenazan: "se les brinda seguridad con el Ejército y lo corren del pueblo"; "las personas no deseadas por el Gobierno serán eliminadas"; "por cada acto delincuencial en contra de la seguridad democrática que ustedes organicen dentro de estos pueblos, serán exterminados uno a uno por orden de lista". Mientras tanto, el Ministro de Agricultura proyecta sembrar miles y miles de hectáreas de palma en la región; el Ministro de Minas, permitir a las compañías de oro y carbón explotar la región a su antojo; el Ministro de Obras Públicas, comunicar el Bajo Cauca con el Magdalena Medio, regiones ambas donde los Macaco son ley. Los obispos de Magangué y Barranca, 70 curas y miles de ciudadanos han salido a las empolvadas calles de los pueblos del sur de Bolívar a ponerles la cara y el pecho a lo que se viene. Que es mucho. Mas allá del alborotico que el Presidente hará en Cartagena en otro de sus Consejos de Seguridad, lo que el sur de Bolívar requiere para que haya paz es parar la brutal impunidad económica con que actúan los grandes empresarios del petróleo, el oro y la palma, impunidad hermana de la otra impunidad: la que deja que las Águilas Negras o verdes o rojas alcen el vuelo y claven sus garras y picos en la gente que trabaja o en aquella que la defiende.

Palma y petróleo


Por Alfredo Molano Bravo

El Espectador, 12 de Abril de 2008

LA PALMA AFRICANA O ACEITERA SE ha extendido por el país como verdolaga en playa. No hay departamento que no tenga su lote de oleaginosa en producción o esté en vías un proyecto de palmarización a ultranza. Donde haya tierras planas y calientes aptas, sean de quien sean, baldías u ocupadas, por ricos o por pobres, por campesinos o por indígenas, el proyecto llega.
El latifundio ha sufrido una transformación radical y acelerada. Las tierras que producían sorgo, algodón, arroz, se volvieron ganaderas con la primera apertura, diseñada por Gaviria-Hommes. Una “reconversión” que fortaleció la ya poderosa Federación de Ganaderos. Pero cuando la noticia de la crisis del petróleo se popularizó y los biocombustibles saltaron al escenario, las vacas cedieron su sitio a las palmas.
Detrás hubo, por supuesto, una ardua y sangrienta labor de limpieza de malquerientes del progreso, y los paramilitares fueron contratados para “asegurar” las zonas y defender las nuevas inversiones. La reconversión no paró ahí: siguió y siguió expulsando y expropiando a quienes se resistieran al futuro. Cinco millones de hectáreas pasaron a manos de los narcos. Los nuevos patrones que lavaban sus dólares con tierra, pusieron luego a producir sus tierras con palma. Tras las motosierras, que servían tanto para hacer escrituras como para tumbar rastrojeras y montañas, llegaron los testaferros, los tinterillos, los abogados, los notarios, los alcaldes, los senadores, los topógrafos, los ingenieros y los agrónomos, todos a hacer patria: a dejar la tierra nivelada, sin árboles, sin troncos, cruzada de vías y de canales de drenaje y, sobre todo, sin gente. Parecía como si a todos los hacendados les hubiera dado por construir aeropuertos.

El curso de las aguas fue cambiado para desecar tierras bajas, y así, humedales, ciénagas y playones pudieran ser apropiados y agregados a los gigantescos globos de tierra debidamente cuadriculados por filas de palma. Los vecinos pequeños de las palmeras vendían o vendían; los grandes, se asociaban. O también vendían. De la noche a la mañana —es decir, a partir de 2000— la palma se tomó las mejores tierras en las zonas calientes y comenzó a derrotar a las vacas y a casarse con los ganaderos.

El día de mañana se verá que tal proyecto tenía, como tiene, dos secretos gemelos: el narcotráfico que traía los dólares y los paramilitares que fungían —para usar el lenguaje académico de moda— como autoridades y fuerzas de ley. Sobre estas bases se ha echado a andar el proyecto de biocombustibles, enmarcado por una política petrolera que consistió en la progresiva privatización de Ecopetrol, cuya condición fue el debilitamiento a tiros de la Unión Sindical Obrera y que tuvo a su vez como requisito la liquidación de sus bases sociales a sangre y fuego.

La toma de Barranca por los paramilitares entre 1998 y 2002 está viva aún. Hoy, pues, Ecopetrol, sobre tales fundamentos históricos, diseña una macropolítica bioenergética que incluye la construcción de una gigantesca planta de transformación de corozo de palma en combustible. No creo que semejante estrategia haya sido craneada en una oficina por un equipo. Quizás ha sido más bien la convergencia de resultados y “positivos”, muchos improvisados y algunos hasta de buena fe.

Pero el hecho concreto hoy es que el agotamiento de las fuentes fósiles de energía —que tiene que ver tanto con la escasez física de petróleo como con factores políticos— se busca resolver con los biocombustibles y la privatización de la política energética. En todos los países de la región la tendencia es idéntica: el cultivo de palma, maíz transgénico, caña para etanol y jatropha están expandiéndose a una velocidad diabólica.

La selvas, las pocas que quedan en pie, están siendo abatidas, y los cultivos propiamente alimenticios arrinconados. El objetivo final es bajar el costo de los combustibles pagando un precio ambiental y social elevadísimo, porque también esa nueva economía entrará en crisis por una oleada de sobreoferta que hoy se prepara con tanta violencia como irresponsabilidad.

Cultura mafiosa


Por Alfredo Molano Bravo

El Espectador 28 de marzo de 2008

La real academia española define a la mafia como organización criminal de origen siciliano; o por extensión, cualquier, organización criminal clandestina, o también cualquier organización que trata de defender sus intereses, y da un ejemplo: mafia del teatro. Total, hay que mirar a Sicilia.

El origen de la palabra es polémico: proviene de la voz árabe mahya: bravuconería, jactancia; o del toscano maffia, sinónimo de ostentación. La etimología cae aquí como anillo al dedo. La mafia, tal como la conocemos hoy, nace en Sicilia como una organización que defiende los intereses de los señores feudales con escopeta, es decir, a changonazo limpio, contratando sicarios y comprando o matando jueces. Avanzamos, pues estamos tibios.

Se forma así la Onorata Societá, regida por un código de honor —la omertá, sinónimo de ley del silencio— y uno de cuyos más rentables negocios era el contrabando de ganado. Estamos calientes. La mafia pone sus huevos en E.U. durante la Gran Depresión y hace su agosto: los emigrantes sicilianos, pobres, desempleados, mal vistos y peor tratados, se asocian para delinquir según el modelo de la Onorata. Es la Cosa Nostra; la época de El Padrino y del célebre boss Lucky Luciano, dedicado a los negocios de droga, prostitución y chance. Estamos por quemarnos. La policía lo pilla y la justicia lo condena a 30 años, que cambia por la ayuda que la mafia en Sicilia presta al ejército norteamericano para desembarcar en Italia al fin de la Segunda Guerra Mundial. Prácticamente nos quemamos.

En nuestro medio hay una herencia política que va de los chulavos y pájaros de los años 50, pasa por las bandas de esmeralderos y contrabandistas de los 60 y 70, y entrega su legado a los narcos, llamados mágicos —juego burlón con la palabra mafia—, que reinan hasta hoy y que ya compraron boleta "a futuro" bajo el nombre de "los emergentes". Fue sin duda la aristocracia del país —blanca y rica— la que primero sintió, resintió y ridiculizó los síntomas externos de la mafia, su cultura extravagante, irrespetuosa, presuntuosa, que construía clubes sociales completos si le negaban la entrada a uno, que compraba los más lujosos carros, los más finos caballos de paso, las haciendas más linajudas, los jueces más rigurosos, los generales más amedallados, en fin, que se puso de ruana todos los valores de la autodenominada 'gente bien', que descubrió pronto, para su propia fortuna, que era mejor asociarse a la mafia que luchar contra ella. Y así lo hizo. Algunos, hay que ser justos, hasta se ruborizaron de ciertos enlaces matrimoniales, pero al fin, se alzaron de hombros con un "plata es plata", lo demás es loma.

La mafia no abandonó su filón. Por el contrario, lo amplió y lo consolidó; siguió con sus negocios, con su poderosa influencia en la institucionalidad, con sus crímenes, sus armas. Son los días en que el embajador gringo Tambs habló de la narcodemocracia. La aristocracia, en decadencia, ya narcos, ya dueños de la baraja, agradecieron el reconocimiento y alabaron al gran diplomático que, dicho sea de paso, terminó en Centroamérica asociado con sus denunciados. Después, la coalición social hizo otro negocio: el paramilitarismo, y por ahí derecho la parapolítica que, en nuestros días, ronda cada día más cerca al Príncipe: su primo, su ex secretario privado, sus barones electorales, su ex jefe de seguridad, su ex lanzacandidaturas andan, como se dice hoy, complicaditos.

La mafia, tanto la siciliana como la criolla, se ha hecho contra la ley, ha construido con sangre sus propios canales de ascenso al poder económico y político y, sobre todo, ha impregnado de su cultura —la del "no me dejo", la del "soy el más vivo", la del "todo vale huevo"— al resto el país, o para ser exactos al 84%. Es la cultura de la fuerza a la fuerza, de la justicia por mano propia, de las recompensas por huellas digitales y memorias digitales, del "véndame o le compro a la viuda", del "le corto la cara marica", del "quite o lo quito". Su escudo de armas: un corazón incendiario. Cuando Piedad Córdoba dice que en el país predomina la cultura mafiosa, hace una apreciación no sólo valerosa sino justa. Después de tomarse las juntas directivas y los directorios políticos, la mafia busca ahora imponer sus valores, normas y principios. Es decir, su cultura, más a las malas que a las buenas.

Pecados y pescado


Por Alfredo Molano Bravo

El Espectador, 19 de marzo de 2008

La cosa no fue de un día para otro. Debieron pasar días y años. Muchos años. Primero fue por los ríos, por algunos ríos, los grandes, los navegables: pasaban barcas con gente armada y ambiciosa buscando oro.

Después fue por los caminos, los antiguos, los trazados por la fatiga y el sudor: pasaban hombres a caballo, armados, buscando el oro. De los ríos y de los caminos nacían trochas y trochas hacia las selvas buscando la quina, el caucho, la ipecacuana y, siempre, el oro. Los caminos se volvieron reales: se sacaban el tabaco, el café, el añil y se embarcaban por ríos que desembocaban en otros ríos y todos en el mar. A orillas de los caminos se abrían fincas y con las fincas se hacían haciendas.
Aun así, nada había pasado. Ni las pavas ni las dantas ni los venados huían de los caminos. Los ríos estaban llenos de bagres, nicuros, sabaletas. Se construyeron carreteras, ferrocarriles y aeropuertos; los pueblos crecían, algunos se volvieron ciudades. Pero aun así, nada había pasado. La gente comía pescado fresco, salpreso o seco. Mucha gente vivía del pescado porque los ríos y el mar lo regalaban a manos llenas. Alguna gente comía carne de monte, de res, de cerdo. Otra, algo exclusiva, atún y sardinas. Con los días, las ganaderías con ganado y sin ganado crecían al ritmo de caminos y carreteras; los ríos se fueron olvidando y ya no corrían limpios: los pueblos y las ciudades construyeron alcantarillas para botar en ellos sus aguas sucias.

En el río Bogotá no se volvieron a pescar capitanes ni a coger cangrejos. Pero aun así, nada había pasado. Los pescadores se acostumbraron a pescar poco y sucio; los pueblos ribereños, a comer mierda. Como tenía que comer la mucha, la mucha gente que sacaban a brincos del campo para fundar hatos y haciendas. Los pastos reemplazaban las selvas; se tumbaban los frailejonales para sembrar unas papas grandes y meter unas vacas pequeñas y peludas; las aguas corrían pesadas y barrosas. Las ciudades añadían a sus aguas negras desechos químicos y venenos verdes. En los ríos los trasmallos, la dinamita y el barbasco hacían su agosto. Donde hubo selvas, ahora había rastrojos que nunca alcanzaban a madurar; el agua se retiraba.

La lluvia comenzó a escasear, las nubes pasaban como caravanas. En Honda, la subienda mermaba; en Cartagena y en Buenaventura, los barcos con enormes redes de arrastre apenas si fondeaban antes de llevar toneladas de camarones a Nueva Orleans y a Tokio y dejar los arrecifes destrozados y los manglares exangües. Las ciénagas del San Jorge, del Sinú, del Magdalena, se convirtieron en haciendas a plomo limpio; los playones de la laguna de Sonso en el Cauca se llenaron de caña de azúcar, la laguna de Fúquene, de kikuyo; los playones de Tota y La Cocha, de cebolla; la trucha se ahogaba en fungicidas. De los grandes ríos del sur, del Caquetá y del Putumayo, los gigantescos valentones, más grandes que sus pescadores, salían en avión llevando en sus barrigas toneladas de coca. La carne se botaba para salvar la cocaína.

Al tiempo, por otros ríos y por los mismos, bajaban cadáveres de hombres y mujeres y niños como islas flotantes engordando chulos; bajo sus aguas corrían otros tantos muertos desmembrados y desleídos para blanquear los contados sumarios que los jueces abrían. La gente dejó de comer el poco pescado que ya daban los ríos. Las subiendas Magdalena arriba, Sinú arriba, Patía arriba se volvieron tan raras como el arco iris en los páramos agostados y desecados por paraganaderos. El agua dejó de correr mientras la gente corría.

El pescado que fue durante cientos de años —digamos trescientos—, la alimentación gratuita de un pueblo despojado de sus tierras, islas y playones, que criaba un mercado barato y que marcaba el regreso de las lluvias y el fin de los veranos, ese pescado, dicen los diarios de Semana Santa, hoy se importa de Vietnam y de Chile, de Canadá y de Noruega y dentro de muy poco tiempo sólo se conocerá en restaurantes y hoteles de cinco estrellas. Así, en el futuro el pescado se verá sólo en las casullas de los curas como testimonio de un cristianismo desaparecido, si para entonces la iglesia no las ha terminado de vender. Y todo, todo pasó sin darnos cuenta.

Tráiganme la cabeza de Alfredo García


Por Alfredo Molano Bravo

El Espectador, 16 de marzo de 2008

Es el título de una memorable película de Sam Pekinpah, maestro de la
narración violenta.

Un hacendado mexicano ofrece una enorme recompensa por la cabeza de quien había violado a su hija. Una pandilla de bandidos busca al hombre, lo embosca y lo mata —la sangre salta en cámara lenta—; meten la cabeza en un costal y cobran la plata. Pagar recompensas es una práctica tan eficaz como sucia, que suele acompañarse de otra no menos siniestra: la mutilación como evidencia. Y la mutilación tiene una larga tradición.
Para recordar lo que todos sabemos: Tupac Amaru, el último Inca, fue decapitado y despedazado; su cabeza exhibida en Cuzco, sus brazos en Carabaya y sus piernas en Levitaca. La cabeza de Galán, el comunero, metida en una jaula de hierro, fue expuesta en Guaduas y sus extremidades en otros pueblos. Idéntico procedimiento fue usado por Morillo con Camilo Torres y otros personajes de la Independencia.
En Venezuela, el dictador Juan Vicente Gómez y su compadre, el tirano Funes, en el Orinoco a comienzos del siglo pasado mandaban cortarles dedos y hasta manos a los ladrones; durante las caucherías, los contratistas de la Casa Arana les cercenaban extremidades completas a los indios que se alzaban con los "adelantos" que les hacían para ser pagados en bolones de siringa. No lo traigo a cuento por hacer una velada exaltación de Iván Ríos, sino para decir que la mutilación de cuerpos vivos o muertos para sembrar el terror es una de nuestras tradiciones, que no por repugnante
deja de ser una de las más caras costumbres hispanas. No hace mucho, durante esa guerra civil no declarada, llamada eufemísticamente la Violencia, los jefes chulavitas —los parapolíticos de la época— pagaban a sus secuaces las recompensas por orejas, dedos, manos cortadas.
Muchos relatos coinciden en el mismo punto. Repito: es un método probado para aterrorizar e imponer a una población el respeto y el acatamiento al orden. A un determinado orden que renuncia así a su legitimidad. Lo hemos vivido en nuestras propias narices y lo ignoramos. O el terror mismo nos obliga a olvidarlo y a dar por sentado que si se recuerda, se está mintiendo. No hace mucho la revista Semana publicó un catálogo de atrocidades practicadas por las Auc: piras hechas con llantas donde se metía al cliente amarrado y del que no quedaba ni rastro; vientres
abiertos para impedir que los cadáveres flotaran, mutilación de partes sexuales, decapitaciones, degollamientos.
Algún día el país descubrirá toda la bestialidad encerrada en la guerra, de la que, claro está, no son ajenas las guerrillas. Tampoco lo es la tradición hispánica del secuestro, llamado por los tratadistas rescate. Baste con recordar uno, el de Atahualpa por Pizarro en Cajamarca: su libertad fue tasada en dos habitaciones repletas de oro, que sumaron 5.934 kilos, pero de todas maneras, una vez contado el tesoro, el conquistador lo asesinó.
En nuestras guerras civiles se usó también la misma modalidad: se entraba a saco a un pueblo, se tomaban presos los jefes del partido contrario que tuvieran plata y se procedía de acuerdo con la necesitad de la guerra declarada por el general victorioso y a las palancas que pudieran atravesar los retenidos en su favor. Todo lo cual no busca justificar tan horrendas instituciones sino tratar de explicar su raíz. Lo monstruoso es su vigencia actual.
El viernes 8 de marzo, mientras el presidente hablaba en la Cumbre de Río y agitaba las cifras que saca a relucir cada vez que habla —entre otras la reducción de asesinatos de sindicalistas—, a esa hora, digo, asesinaban en su apartamento a Leonidas Gómez Rozo, presidente del sindicato del Citibank, cofundador de la Unión Nacional de Empleados Bancarios, UNEB, destacado dirigente de la CUT. A su muerte hacía parte del Ejecutivo Distrital del Polo Democrático.
Desde hacía un año había sido declarado objetivo militar por el grupo paramilitar 'Águilas Negras'. Sus compañeros lo encontraron el sábado amarrado a una silla, con numerosas puñaladas y degollado. Nada le robaron los criminales, salvo el computador y sus celulares. Uno no sabe ya si matan para callar a un ciudadano, para hacer hablar a su computador o para llenar los discos duros de la información que sus enemigos necesitan.

Carimagua Inc.


Por Alfredo Molano
El Espectador, Febrero 16 de 2008

Con el pecho aun henchido de patriotismo y con varias capas de protector solar en la cara después de la marcha del 4 de febrero, el ministro de agricultura se dispuso, con ese tonito pedagógico de seminario menor que ha copiado de su mentor, el señor presidente, a explicarnos que los grandes inversionistas seguirán siendo para el gobierno los privilegiados de siempre y que los desplazados deberán reconvertirse en peones de sus haciendas.

En buena hora la Procuraduría y el senador Robledo se le atravesaron al ministro y pusieron las cosas en su sitio. Carimagua es en realidad una chichigua de diecisiete mil hectáreas englobadas en el proyecto estrella de colonización uribista bautizado como Recuperación de la Alta Orinoquia, que busca poner en los bolsillos de megaempresarios la bobería de seis millones cuatrocientas mil hectáreas entre los ríos Orinoco, Meta, Vichada y Manacacías, y que el señor presidente presume despobladas- aun de desplazados- pero donde viven de esas "tierras ácidas" 54 resguardos indígenas y miles de campesinos y colonos.

La embajada de Colombia en Japón hizo en el 2005 el lanzamiento del proyecto en Tokio, exaltando la fertilidad del suelo y las posibilidades tan rentables que ofrecían las tierras para cosechar palma, caucho, madera y, además, producir oxigeno, un plus que se negocia en bolsa. No fue un acto, fue una feria. Uribe le echo el cuento a Bush y a Bill Gates, mientras el embajador colombiano embaucaba a Günter Pauli, de la Fundación Zeri, comerciante de oxigeno, a la firma Daiwa House, negociadora de aguas y a la Cargill, la mayor comercializadora de granos del mundo. Y, como si fuera poco, al más poderoso banco norteamericano, el J. P. Morgan Chase, mercader de acero y de guerras.

Para mostrar al mundo que el proyecto no era embuste, Incoder le tituló al senador uribista Habib Mehreg, a su secretaria, a su abogado y una docena de sus comilitones 18.000 hectáreas, y cedió a la Fuerza Aérea Colombiana 61.500 has- un predio 4 veces más grande de Carimagua- para instalar un campo de entrenamiento de bombardeos, y un gran proyecto de "desarrollo social" para "emplear personas que han sido afectadas por el conflicto y en primera línea por nuestros soldados y policías discapacitados, nuestros oficiales y suboficiales" (¿Qué pensara Venezuela de esta punta de lanza pocos kilómetros de la frontera?)

De todos modos, el gobierno está encartado con Carimagua, que fue un centro experimental de primera importancia, dirigido y financiado por el CIAT y el ICA hasta por allá a mediados del 90, cuando la guerrilla se tomó la sede, destruyó laboratorios y se llevó unos carros. El gobierno optó entonces por entregar el predio al Fondo Ganadero del Huila en condiciones que la Procuraduría está en mora de investigar. Después todo proyecto ha fracasado, salvo la pista aérea utilizada por antinarcóticos y la base militar con 600 efectivos, que no son los mismos terrenos donados a la FAC. En Carimagua las construcciones están medio destruidas, la biblioteca -llena de informes técnicos valiosos- enmohecida, las carreteras enmontadas y ni qué decir de los experimentos en pasto, sorgo y marañón. ¿Qué hacer con esas 17.000 has?

En el exterior -de dientes para afuera- se destinaron a los desplazados para atraer recursos y lavarse las manos; en el interior, como se sabe, se las quiso entregar el gobierno a los palmicultores, caucheros- ¡otra vez los caucheros!- y a los aserradores, que han arrasado nuestras selvas, ofreciéndoles todo tipo de gabelas tributarias. La Procuraduría brincó a tiempo y la opinión pública se enteró de manera práctica y tangible de la política agraria del gobierno de Uribe: Conceptualmente hablando -subrayo, conceptualmente-, es el mismo modelo patentado en el Urabá chocoano por El Alemán, o por Jorge Cuarenta en las tierras del Cesar: desplazar a los pobres para meter a los ricos.

En el Vichada, el trabajo de sacar indígenas y colonos de sus tierras lo ha hecho el Señor Cuchillo, jefe todopoderoso de los paramilitares que continúa prestando importantes servicios a la causa de la seguridad regional. Mirada en conjunto la política agraria de los últimos gobiernos ha sido en la práctica una obra en tres actos: primer acto, entrada de los paramilitares motosierra en mano y desplazamiento de campesinos; acto segundo, negociación con los paramilitares, y acto final, entrega de tierras a grandes inversionistas.

Los Araújo, el poder vallenato

‘Parapolítica’
Los Araújo, el poder vallenato

Febrero 18 de 2007 Redacción El País - Bogotá

Políticamente, los Araújo han tenido que hacerle frente a barones electorales como los Gnecco Cerchar. Han sufrido el rigor de guerrilla y paramilitares, y públicamente atraviesan su peor momento, que amenaza al mismo Gobierno.
La historia del departamento del Cesar, al igual que la de muchas regiones de la Costa Atlántica, ha estado signada por la corrupción, la violencia y las disputas políticas.
Antes de convertirse en departamento, en 1967, el Cesar era uno de los principales epicentros de la cultura costeña, especialmente por el famoso Festival de la Leyenda Vallenata, impulsado por la asesinada ex ministra de Cultura Consuelo Araújo Noguera a través de sus columnas en El Espectador durante 22 años, y el ex presidente Alfonso López Michelsen.
Para los años 70 las cosas se tornaron distintas. Las Farc primero, y el ELN después, comenzaron a apoderarse de la región.
Pero la llegada, a finales de los años 80, de los paramilitares del sur del Cesar con ayuda de las autodefensas del Magdalena Medio, convirtió el departamento en botín de guerra. Ya para entonces, Santander Araújo, abuelo del senador Álvaro Araújo Castro y de la cancillera María Consuelo Araújo, había sido recaudador de impuestos y cuatro veces alcalde de Valledupar.
Sus hijos Jaime --padre del magistrado de la Corte Constitucional Jaime Araújo Rentería-- y Álvaro --padre del senador Araújo y de la Canciller-- se inclinaron por la política.
A mediados de los años 70, durante el gobierno de López Michelsen, Álvaro Araújo Noguera --hermano de ‘La Cacica’-- fue designado ministro de Agricultura, después de haber sido director de la Caja Agraria y congresista.
“Don Álvaro se hizo a pulso, heredó la vena política de su papá”, cuentan en Valledupar.
De esta manera, el ‘Clan Araújo’ comenzaba a consolidarse en el Cesar. Sin embargo, no le fue fácil por las disputas con sus principales contradictores políticos: el ‘Clan Gnecco’ y el deterioro del orden público.
Los protagonistas de esa historia fueron dos hijos reconocidos de todo Valledupar, una ciudad que por entonces tenía menos de 150.000 habitantes: Ovidio Ricardo Palmera, alias ‘Simón Trinidad’, por el lado de las Farc, y Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’, por las autodefensas.
Asesinatos selectivos, masacres y desplazamientos forzados terminaron por convertir la región, a mediados de los 90, en fortín paramilitar.

DISPUTA ENTRE CLANES. Durante varios años, la familia Gnecco dominó políticamente la región. Pero en los 90, los Araújo entraron a disputarle esa hegemonía. De ahí que la relación entre unos y otros nunca haya sido la mejor.
“Aquí hay muchos intereses en juego”, comenta un periodista de la región.
En 1995, Pepe Gnecco, el menor del ‘Clan Gnecco’, perdió la gobernación con el candidato de los Araújo: Mauricio Pimiento. Pero dos años después vino la revancha.
Lucas Gnecco Cerchar le ganó las elecciones a ‘La Cacica’ --la segunda esposa del procurador Edgardo Maya Villazón--, aunque posteriormente la Corte Suprema de Justicia lo condenó por delitos contra el sufragio.
Para afianzar su liderazgo, el partido de los Araújo --Alas (Alternativa Liberal de Avanzada Social)-- decidió fusionarse en virtud de la reforma política del 2003 con Equipo Colombia, el movimiento de Luis Alfredo Ramos. Así nació Alas Equipo Colombia, del que el senador Araújo Castro era director.
Las últimas dos elecciones se han convertido en verdaderos ‘rounds’. El actual gobernador del Cesar, Hernando Molina Araújo, primo de la Canciller, ganó los comicios siendo candidato único, pues sus otros dos contrincantes, Christian Moreno y Abraham Romero, declinaron por presunta presión de los paramilitares. En esa ocasión fue histórica la votación en blanco.
En una reciente entrevista, Jaime Alberto Pérez Charry, señalado de formar parte del grupo de ‘Jorge 40’, declaró ante la Fiscalía que el jefe paramilitar decidió “posicionar” a los Araújo en el Cesar, afirmación que investigan las autoridades.
Según versiones periodísticas, el ‘Clan Gnecco’ comenzó a derrumbarse desde el asesinato, en el 2001, del hermano mayor, Jorge Gnecco Cerchar, que llevó a sus hermanos Lucas a la Gobernación y Pepe, al Senado.
Y desde 1994, la familia Araújo comenzó a dominar el espectro político cesarense. Álvaro Araújo Castro llegó en dos períodos consecutivos a la Cámara, y en 2002, pasó al Senado, siendo reelegido en el 2006. Mientras su padre se consolidaba como comerciante y su hermano Sergio como ganadero, su hermana María Consuelo incursionaba en la política bogotana, en las administraciones de Enrique Peñalosa y Antanas Mockus, y de ahí pasó al Ministerio de Cultura en la administración Uribe Vélez. Desde agosto es la Cancillera. Está casada con Ricardo Mazalán, un reconocido fotógrafo.

LOS SEÑALAMIENTOS. En Valledupar se comenta que la prensa “satanizó” a la familia Araújo, pues “no se ha reconocido la labor social” que han desarrollado sus integrantes. Allá existe, además, el rumor de que “lo que se quiere es tumbar a la Canciller para desprestigiar el gobierno Uribe”.
Pero lo cierto es que desde que estalló el escándalo de la ‘parapolítica’, en poder de las autoridades reposan testimonios y evidencias que vincularían a algunos miembros de la familia de ‘La Conchi’, como le dicen a la Ministra de Exteriores, con grupos paramilitares.
Del gobernador Hernando Molina Araújo, llamado a indagatoria por la Fiscalía, se dice que tendría nexos con estas organizaciones y que habría orquestado una masacre.
Ana María Araújo Castro, hermana de la Canciller, fue señalada por el ex director de Informática del DAS Rafael García de ser intermediaria en un contrato con la Registraduría para beneficiar a ‘Jorge 40’.
Sergio, hermano mayor del senador Araújo, confirmó que “con autorización del Gobierno” sirvió de intermediario para el sometimiento de ‘Jorge 40’.
Y el actual congresista es investigado por supuestos nexos con paramilitares. Aparece en el computador de ‘Jorge 40’, el año antepasado se dijo que sería ‘el candidato de los Paramilitares’ a la Presidencia, en caso de no haber pasado la reelección, y es investigado por secuestro extorsivo agravado. Delito en el que también estaría implicado su padre.
Ese caso se refiere al secuestro de Víctor Ochoa Daza, quien narró ante los magistrados de la Corte Suprema de Justicia que el senador Araújo instigó a ‘Jorge 40’ para que lo plagiara.
De acuerdo con su versión, el propósito de la confabulación de Araújo con los paramilitares era arrebatarle todo su caudal electoral para llegar al Congreso de la República en el 2002.
Incluso, en el expediente del senador figuran un aumento desmesurado de su votación en las últimas elecciones, su participación en una fiesta con ‘40’ y su firma en el llamado ‘Pacto de Ralito’, en el 2001.
Eso, a pesar de que el propio Araújo y su familia han sentido el rigor paramilitar: su tía Leonor de Castro fue secuestrada por las autodefensas; el administrador de una finca familiar fue asesinado por paramilitares; el congresista sufrió un atentado de las autodefensas y en 2002 fue declarado objetivo militar por ‘Jorge 40’.

Tres datos claves
1. Tres de los protagonistas de la historia del Cesar tienen destinos diferentes: ‘Simón Trinidad’ fue extraditado a Estados Unidos; ‘Jorge 40’ está recluido en La Ceja y el senador Álvaro Araújo Castro recluido en La Picota.
2. El senador Álvaro Araújo había dicho hace pocas semanas: “Si caigo yo, cae la Canciller, cae el Procurador y cae hasta el presidente Uribe”.
3. El padre de la Cancillera, ex ministro Álvaro Araújo Noguera, fue llamado hace dos semanas por la Corte Suprema de Justicia como testigo en el escándalo de la ‘parapolítica’, junto con otros 59 dirigentes nacionales.

Santander Araújo
Era el padre de Álvaro Araújo Noguera, Jaime Araújo Noguera y María Consuelo Araújo Noguera, por lo tanto, abuelo del senador Álvaro Araújo Castro y de la canciller María Consuelo Araújo Castro. Se casó con Blanca de Mosquera.

Consuelo Araújo
Conocida como ‘La Cacica’. Era hermana de Álvaro Araújo Noguera, padre del senador Álvaro Araújo y la canciller María Consuelo Araújo. Las Farc la asesinaron en cautiverio en un intento de rescate militar.

Jaime Araújo R.
Magistrado de la Corte Constitucional. Es hijo de Jaime Araújo Noguera, hermano de Álvaro Araújo Noguera, quien a su vez es el padre del senador Araújo y la Canciller. O sea, Jaime Araújo Rentería es primo de estos dos últimos.

Los hermanos
Fueron cinco los hijos de Álvaro Araújo Noguera y María Lourdes Castro: Sergio (el mayor, señalado de mediar en la desmovilización de ‘Jorge 40’), Ana María (supuesta intermediaria en un contrato con la Registraduría para beneficiar a ‘Jorge 40’), Álvaro (senador detenido), María Consuelo (la Canciller) y Sara.

Álvaro Araújo Noguera
Es el padre del senador Álvaro Araújo Castro y la canciller María Consuelo Araújo Castro. Se casó con María Lourdes Castro, con quien tuvo otros tres hijos, además del congresista y la Ministra. Fue ministro de Agricultura y congresista. Perdió la investidura en 1993 por estar vinculado a una contratación que hizo su emisora Radio Guatapurí con el Estado.

Edgardo Maya Villazón
Es el procurador general. Se casó con Consuelo Araújo, ‘La Cacica’, asesinada por las Farc en cautiverio en un intento de rescate. Fue el segundo esposo de la ex Ministra de Cultura, tía del senador Araújo y la Canciller. Edgardo Maya es, por lo tanto, tío de los dos políticos y sus tres hermanos.

Hernando Molina Araújo
Es hijo de ‘La Cacica’ y su primer esposo, Hernando Molina Céspedes. Hernando Molina Araújo es primo del senador Álvaro Araújo y de la canciller María Consuelo Araújo. Se desempeña como gobernador del Cesar y es investigado por supuestos nexos con los paramilitares.

La Cancillería: ni tristeza ni alegría

"El aberrante nepotismo" de la familia Araújo y las relaciones con países vecinos son los temas de análisis en este artículo de Gabriel Bustamante, asesor académico del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz, Indepaz.
"Por esto, no se puede entender a los que están tristes por la salida ‘Conchi’ Araújo, ni compartir los motivos de los que están alegres por el nombramiento de Fernando Araújo; al final, la cancillería cambió de sexo, más no de apellido".

Lunes 26 de febrero de 2007
A los que hoy lloran por la renuncia de María Consuelo Araújo y elogian sus supuestos valores y virtudes, es bueno recordarles por qué no solo debió haber renunciado hace mucho tiempo, sino, que jamás debió haber sido nombrada para la tan delicada e importante cartera de Relaciones Exteriores; y mucho menos, en un período en que el país pasa por la más grave crisis de legitimidad internacional de la historia.
Para comenzar, juntemos todo lo que se ha descubierto del entorno familiar de la "Conchi", y que ha sido presentado caso por caso, para que, como dicen, podamos ver el bosque que rodea a la "Conchi" y no nos distraigamos en los árboles; y el resultado es el mosaico familiar que desde los años 80 en la Costa llaman, el Clan Araújo:
Texto completo:
http://www.polodemocratico.net/La-Cancilleria-ni-tristeza-ni

Araújos et al


Por Alfredo Molano Bravo
El Espectador, 25 de febrero de 2007

Seguro es que los Araújo vallenatos no tienen sangre próxima común con los de Cartagena, aunque a un senador de Texas o a un representante sueco al Parlamento Europeo, la coincidencia les aflojará una sonrisita de lado. El asunto no es de consanguinidad, sino de identidad en el modo de hacer negocios, aunque no sean socios. Ambas familias son de esa rancia cúspide regional acostumbrada a manejar haciendas, predios, casas comerciales y oficinas públicas, con los mismos criterios especulativos y endogámicos. Los notables de Valledupar nacieron todos en la misma cuadra y se conocen los trapos íntimos desde niños. Han vivido del contrabando de café y ganado con Venezuela por Puerto López –el de Tite Socarrás–, después, sin duda, contrabandearon maracachafa por Bahía Portete; han escriturado, con parientes notarios, haciendas y predios urbanos a sus reconocidos nombres y les han quitado toda la tierra que pueden a los indígenas de la Sierra Nevada y sobre todo, a los Kankuamos. Las campañas electorales de estos prohombres son –hoy todavía – un espectáculo deprimente: suben sus delegados en camión a la Sierra, digamos a Atanques, y llevan a los indígenas enchirrinchados a donde necesitan inclinar a su favor la votación. Una vez que, abrazo de por medio, los indígenas votan, los empujan en cualquier esquina para que amanezcan botados, vomitados y sin saber cómo devolverse a su tierra. El espectáculo se repite con la regularidad del Festival Vallenato. Con el mismo procedimiento los llevan a firmar escrituras. Lo que hace Jorge 40 no es más que repetir la historia.

Pasa lo mismo con los nobles de la Heroica. Son un puñado. Conocidos de todos porque de alguna Miss Bolívar son parientes o, por lo menos, a una han coronado en el Hotel Caribe siendo gobernadores, alcaldes, secretarios de gobierno, almirantes de la Armada. Tienen una larga y noble historia como que fueron los más ardientes enemigos de los piratas ingleses y franceses que venían a quitarles los chancucos comerciales con la Madre España. Siempre han sido comerciantes y, además, hacendados. Han comerciado con todo, aceite en botija, esclavos, géneros, azúcar, y, claro, tierras. Indígenas no tienen a mano, si se exceptúan los que su parentela, los Guerra de la Espriella –otros también embollados con la Ley – engañan y emborrachan en Sucre: Joselito, convicto del 8.000 y especializado en atropellar –digo lo menos – a los indígenas de San Andrés de Sotavento; su hermano Víctor, hoy delegado personal del presidente Uribe en la Corporación Autónoma de Sucre, organizó con paramilitares las CONVIVIR regionales bautizadas con el significativo nombre de Orden y Desarrollo; Miguelito, el de Ralito; su hermana, Ministra de Comunicaciones, y su padre, Julio César Guerra Tulena. Mejor dicho…

El nuevo Canciller estuvo untado en el negociado de Chambacú. Y salió bien librado. Explicable, siendo Fiscal Luís Camilo Osorio, al que tarde o temprano veremos en los estrados. Pero el problema no es legal. Es social. Chambacú era un pueblo de negros tan auténtico como puede ser San Basilio. Vestigios ambos de lo que fue la cultura africana en América. Pero a los casatenientes cartageneros no les gustaba el barrio hecho entre manglares con cartones y tejas de zinc. Le daba mal aspecto al Corralito. Y decidieron sacar a la gente a la fuerza y botarla a vivir donde pudiera. Chambacú se volvió uno de los más costosos predios. El negocio fue redondo. Hasta construyeron un edificio inteligente. Los desalojados tuvieron que treparse a La Popa y las Loma de Peyé, terrenos hermosísimos con vista al mar. Hay un nuevo plan para sacarlos de ahí también: la Avenida Perimetral. Limpias esas lomas, vendrá triunfal don Donald Trump, rey inmobiliario de Nueva York y dueño del Concurso Miss Universo, a inaugurar –quizás asociado con, los Noguera, los Guerra de la Espriella, y, por supuesto, con Jean Claude Bessudo, “El Aprendiz” – un gran vividero residencial para pensionados gringos. De ahí las medidas adoptadas para la ciudad por el Vicepresidente y el Ministro de Defensa.